domingo, 17 de abril de 2016

ANGIE PAOLA GARCES ROBLES.

                     
                          LO QUE SIGNIFICA  DON BOSCO PARA LOS JÓVENES.



San Juan Bosco amó  entrañablemente a los jóvenes; por ello, se esforzó día a día por dales  no solo lo necesario para su formación integral sino también lo mejor de sí para orientarlos por el buen camino  y la santidad. No es raro imaginarnos al entonces sacerdote en los siguientes escenarios: madrugando a hacer sus oraciones  para dejar en las manos de Dios los deseos,  sueños y necesidades de sus chicos; corriendo  de allá para acá por los patios,  con un balón en sus manos; sentado largas horas  dentro del confesionario, dedicándole todo el tiempo del mundo al joven solitario y angustiado que quería purificar su alma…
Pues bien, ese fue Don Bosco, un verdadero apóstol de la juventud que, como sabemos, dedico su vida entera a la salvación de las almas y a las suyas propias. No es difícil por lo tanto encontrar  el por qué de los sueños de Don Bosco aunque  muchos de ellos parecen extraños y fastidiosos, ya que todos están cargados de un cariño  de padre y amigo  que vela por proteger a sus muchachos. Hoy  disfrutamos unas de las visiones de Don Bosco, en la que se refleja  claramente que el amor mueve montañas  y hasta es capaz de hacernos leer el alma de la persona querida, para mostrarle el mejor camino a seguir.

MUCHO MAS QUE HARINA Y AGUA

El mismo santo de los jóvenes nos relata el curioso sueño que tuvo una noche del año 1857: “En cierta ocasión vi a todos mis alumnos, distribuidos  en cuatro grupos distintos. Los jóvenes que formaban el primer colectivo comían un pan finísimo  y sabroso; los del segundo, uno ordinario,  los del tercer grupo, uno de salvado  y los del cuarto, un pan mohoso y llenos de gusanos.
Luego de unos momentos  me fui dicho que los que formaban el primer equipo eran los que permanecían siempre con el alma  en gracia de Dios y sin pecado.  El del pan ordinario  correspondía  a los que eran buenos  pero que a veces cometían falta.   Los del tercer conjunto eran los que frecuentemente  cometían pecados  pero se arrepentían  y trataban de convertirse. Y los últimos, los que vivían  en paz con sus faltas  sin hacer nada serio para corregirlas”.
Don Bosco, al narrarles a sus muchachos esta representación, les dijo con toda seguridad que recordaba perfectamente en cuál de los grupos estaba cada uno;  por ello, los invito a que, en los días venideros, quien deseara se acercara  a su habitación para que él  les digiera el que  estado se encontrara su alma. Los jóvenes  fueron pasando al cuarto  de nuestro santo  en las siguientes jornadas  y cada uno le hablo, con detalles,  acerca del estado que tenía su conciencia, por lo cual sus pupilos exclamaban admirados: “Parece que tuviera unos lentes de ver espíritus. Le decía a uno lo que tenía en el alma”.
Es admirable descubrir los dones de Don Bosco  recibió del Señor para ayudar a los jóvenes  que se mantuvieran en amistad con Dios y a los que no perdieran la gracia, y entre dichas dádivas estaba la de leer el interior de las personas y, aunque parezca un poco extraño, también su conciencia. No por ello vamos a pensar al amigo de los muchachos como un todopoderoso, ni mucho menos, sino que lo debemos ver como aquella persona enviado por el creado para hablarles a los corazones con la idea de impulsar  a recorrer el buen camino. Por tal razón, sería interesante  que cada uno nos preguntáramos en cual grupo del sueño de Don Bosco nos ubicamos y que tipo de pan le estamos dando a nuestra alma.
Los lentes  que San Juan Bosco parecía usar era de una finísima intuición y por ello sabia reconocer a distancia  lo que les convenía a  los chicos  y también lo que les alejaba  del amor de Dios. Eran a si mismo unos anteojos recubiertos de sencillez  y confianza, los que permitía acercarse a cada joven siempre con la verdad y con el ánimo de hacer lo mejor.


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